Camino

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domingo, 16 de octubre de 2011

La percepción sagrada

"Los santos son santos, no porque su santidad los haga admirables a otros, sino porque el don de la santidad les permite admirar a todos"
Thomas Merton


Cada vez que nos encontramos con otro ser humano y honramos su dignidad, ayudamos a las personas que nos rodean. Sus corazones resuenan con el nuestro de la misma manera que las cuerdas de un violín vibran con el sonido de otro violín que se toque cerca de él. [...]Si una persona llena de pánico y odio entra en una habitación, lo sentimos inmediatamente, y a menos que seamos muy conscientes, el estado negativo de esa persona empezará a afectarnos. Cuando entra una persona que expresa alagría, también nosotros nos sentimos bien. Y cuando vemos la bondad de los que están ante nosotros, la dignidad de ellos resuena con nuestra admiración y respeto.[...]
Cuando aprendemos a descansar en nuestra bondad, podemos ver con mayor claridad la bondad en los otros. A medida que desarrollamos nuestro sentido del respeto y del cariño, nos resulta muy útil en las circunstancias más corrientes. Y se convierte en algo inestimable en las situaciones extremas.[...]
Cuando tratamos con respeto y honramos a los que nos rodean, abrimos un canal para nuestra propia bondad.[...] cuando vemos lo sagrado en otro, tanto si pertenece a nuestra familia como a nuestros conocidos, en una reunión de negocios o en una sesión de terapia, transformamos sus corazones.[...]
Hace algunos años, me hablaron de una profesora de historia de una escuela de enseñanza secundaria que conocía este mismo secreto. Una tarde en la que los alumnos estaban especialmente inquietos y distraídos, les dijo que interrumpiesen cualquier trabajo académico.Dejó que los alumnos descansasen mientras ella escribía en la pizarra los nombres de cada uno de ellos. Después les pidió que copiasen la listay, a continuación, que escribiesen junto a cada nombre alguna cosa que les gustase o admirasen de ese compañero. Al final de la clase recogió los papeles.
Semanas más tarde, en otro día especialmente difícil justo antes de las vacaciones de invierno, la profesora volvió a interrumpir la clase. Entregó a cada alumno una hoja con su nombre escrito en la parte de arriba. En cada una habia pegado las veintiséis cosas buenas que los otros estudiantes habían dicho de esa persona. Con sus rostros sonrientes, leyeron boquiabiertos y emocionados[...]
Tres años más tarde la profesora recibió una llamafda de la madre de uno de sus antiguos estudiantes. Robert era el típico gracioso, pero también uno de sus preferidos. La madre le comunicó la triste noticia de que habian matado a su hijo en la Guerra del Golfo. La profesora asistió al funeral, en el que hablaron muchos amigos de Robert y compañeros de la escuela. Justo al final de la ceremonia, la madre de Robert se acercó a ella. Sacó un trozo de papel gastado que obviamente había sido plegado y replegado muchas veces y dijo:" esta es una de las pocas cosas que encontraron en el bolsillo de Robert cuando los militares recuperaron su cuerpo". Era el papel en el que la profesora había pegado cuidadosamente las veintiséis cualidades que sus compañeros admiraban en él.
Al ver esto, los ojos de la profesora se llenaron de lágrimas. Mientras se secaba las mejillas, otra antigua alumna que estaba cerca de ella abrió su bolso, sacó su hoja cuidadosamente doblada y confesó que siempre la llevaba con ella.[...]otro contó que la hoja había estado entre los textos que se leyeron en su boda.
La percepción de bondad que esta profesora propuso había transformado los corazones de sus estudiantes de manera que sólo podía imaginar en sueños.
Todos podemos recordar algún momento en el que alguien vio esta bondad en nosotros y nos bendijo.

Extraido del libro de Jack Kornfield "La sabiduría del corazón"

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